jueves, 19 de junio de 2014

Por Amaya Samper



Tocaban los violines con poco interés y el agua tenía sabor a magnolias. El sol se estaba tiñendo de tierra en la mano y nosotros nos levantábamos de nuestras cuevas demasiado rápido y sin decir palabra. Pensábamos vestirnos de azul para no tener que darnos abrazos y para que no nos dijeran nada. Pero no nos movimos de ahí, porque en realidad no era tan importante como para partirnos por la mitad, los salvajes en el funeral no nos estaban esperando, ni siquiera nos habían invitado.

Estamos medio vivos tocándonos los tobillos (una rima). Y tenemos que grabar nuestras voces para no sentirnos tan solos. Porque, señores, nos encontramos absolutamente solos.
Asique esta canción es para tí, para la niña a la que nadie saca a bailar, para los obispos que se esconden avergonzados en las iglesias comiéndose frenéticamente las ostias para no tener que aguantar las culpas sobre la columna vertebral. También para el hermano del medio, tan bien vestido, y para los que son elegidos de últimos en el partido de fútbol. Para quienes cuelgan hojas de lechuga en los tendederos de la ropa, para los que besan sus pies en el sillón, para los que van todos los días a comprar al mismo negocio... Para tí.
Para tí, porque en tí grabamos nuestras voces. Para tí porque por tu culpa los salvajes nos dejaron de invitar a sus funerales.Y así caminan las semanas mientras nosotros lloramos, nos abrazamos y te escribimos. Te escribimos en realidad para mantenernos ocupados y no tener que bajar a subirnos sobre los semáforos por pura desesperación. Además el mar nos arrastra últimamente y nos lleva dejando cruces de neón en nuestro lugar.
Era de esperarse: estamos obligados a estar solos.
Pero en realidad, hoy te escribo esta canción como una manera de gotear. Porque últimamente las flores florecen más que yo y ya no sé que hacer con todos los toboganes de mi jardín. Los cielos de Beltrán están amaneciendo demasiado lento, el empedrado se ha llenado de humedad y nosotros, nosotros que bailamos a tu alrededor en las noches, nos volvemos impopulares.
En realidad es porque nuestra dinastía se ha llenado de orgullo y sólo compramos prendas azules a pesar de estar grises por dentro. Cerramos las puertas de nuestras cuevas y quisimos ser salvajes, mirando desde dentro a los transeúntes. Mirando, pero sin dejarnos ver.
Nos merecemos que nos traguen las olas. Nos merecemos que nos reemplacen por cruces de neon. Nos merecemos escuchar a los violines tocando sin interés y nos merecemos las soledades. ¿Y para qué luchar por regresar a la popularidad? Si somos nosotros el mismo obispo escondido en la iglesia. Somos nosotros la niña a la que nadie la saca a bailar. Nosotros somos los parásitos.
Fin de la grabación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario