martes, 20 de mayo de 2014

JACINTA VIVAR GONZÁLEZ




Afectados de afección los confeccionaron y ahora les piden que deseen menos, repriman más. que guarden secretos, que dosifiquen, que maquillen; que no abusen de la euforia que les provoca la vida cuando es vivida. -y si no, para qué?- se preguntan, sin embargo, ellos. -para pasar por aquí sin impresión?- tenemos el defecto ético de la exageración, del dramatismo, de la magia de la representación. queremos verlo, tocarlo y probarlo todo. al menos todo lo que nos parece bello, u horrendo. nos obsesionamos, claro, porque quién no goza en la exploración. conocer nos da gratitud y, cuando damos gracias, sentimos y decimos amor. qué sobreactuación.

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el paso del tiempo no puede llamarse misterioso. no puede a uno extrañarle que se sucedan los hechos vanos sin que notemos de cuánta vida -o falta de ella- fueron manifestación. sólo algunos rostros, algunos objetos, tienen la capacidad de romper el orden y llamarnos a presenciar el salto. el acontecimiento surge desde el silencio, desde la completa calma, y viene a nosotros como un estruendo inesperado que trae como regalo el sentido. por ello, cuando llega, nos obliga a buscar sus semejantes en lo que ya habíamos vivido. volvemos a un punto lejano y el trayecto que separa el presente de su pasado más cercanamente referencial es percibido como un tiempo muerto. el mismo gesto, sin embargo, hace corresponder al recuerdo con el acontecimiento. tal vez sólo un acontecimiento pueda convertirse en recuerdo. tal vez sólo el gesto analógico nos permita saber que estamos asistiendo al nacimiento de uno de ellos. una tarde que no merece ser olvidada aunque tuviera la valentía para ello, entré a una tiendita en granada y encontré una antigua horquilla para el pelo con un diseño que evocaba los techos de la alhambra. yo había estado llorando bajo ellos, despidiéndome, hacía sólo unas horas. por eso lo compré aunque mi cabello para entonces era corto: sería desde ese momento una nave y en ella viajaría mil y más veces al mismo lugar, para tocar las mismas manos. esta mañana, al tomarlo, me pregunté si ya se sostendría entre las hebras, me lo puse y allí se quedó. dos años y nueve meses quedaron rápidamente sometidos al significado de lo vacuo, y el presente se volvió ensordecedor.

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